Es un hecho. La complejidad de un sistema es directamente proporcional a cantidad de componentes que posea. Así operan las sociedades, los ecosistemas y también los circuitos profesionales. A mayor tamaño mayor variedad y, por ende, mayor complejidad. El punto es que un sistema complejo no puede ser ordenado en torno a un criterio unificador, pues se explica por la interacción de diversos criterios particulares operando en igualdad de condiciones: la red pasa a ser el diagrama que explica estas interacciones, reemplazando a la pirámide; ejemplo de los sistemas simples.

La complejidad derivada del crecimiento trae consigo el surgimiento de nuevos criterios de valor que no aspiran a la hegemonía, sino que la hacen parecer ridícula. En lugar de tratar de escalar a la punta de la pirámide, la red opera de forma horizontal. Perdida flotando sobre un mecanismo que no entiende, la parte alta de la pirámide termina aislándose, mientras abajo, en el terreno, las cosas mas interesantes pasan fuera de su control.

En un ecosistema cuya población se ha duplicado en los últimos diez años, pero cuyos criterios unificadores fueron instituidos hace quince o veinte, la explicación hegemónica se hace insuficiente. La complejidad de la arquitectura chilena contemporánea, resultado del crecimiento cuantitativo de sus componentes, obliga a replantear la forma en que se estructura. Cerca de 20 mil profesionales activos en un país de 16,5 millones de habitantes, equivale a un arquitecto cada 825 personas. Un record difícil de absorber: la arquitectura chilena sufre de su propio exceso.

La crisis sobre la estructura producida por el exceso, se evidencia en el reciente traslape, antes impensado en Chile, de dos eventos de relevancia internacional: la iniciativa Ochoalcubo y la exposición Archizines.

Ochoalcubo, una iniciativa privada dedicada a la realización de segundas viviendas, logró convocar este año a renombrados arquitectos japoneses como Kazujo Sejima, Ryue Nishizawa, Sou Fujimoto, Kengo Kuma, Junya Ishigami o Atelier Bow-wow, quienes viajaron a Chile a realizar workshops, presentar propuestas preliminares, y conocer los sitios donde se construirán los viviendas que les fueron comisionadas. Por su parte Archizines, la reconocida exhibición itinerante de fanzines de arquitectura, aterrizó en Santiago gracias a la gestión de Editorial ARQ, tras pasar por ciudades como Londres, Nueva York o Berlin.

Sin embargo, a pesar del traslape de ambos eventos en un mismo país, claramente se trata de iniciativas que apuntan a fines opuestos.

Ochoalcubo convoca a arquitectos del 1% para realizar proyectos para el 1% de la población, además de workshops con estudiantes de arquitectura de distintas universidades chilenas en los que se espera que, por medio de una lógica de "chorreo" (trickle down), la calidad de la arquitectura chilena mejore en el futuro. Así, arquitectos top se relacionan con estudiantes en una lógica top-down.

Archizines por el contrario, es una iniciativa que busca destacar la disidencia editorial y la proliferación de discursos alternativos —en muchos casos autogestionados— que entienden el acto de publicar no como un camino a la fama, sino como una forma de dar a conocer una idea en la esfera pública y así incorporarse al debate. Es decir, proyectos editoriales tratando de abrir espacios en una lógica bottom-up.

Tal vez esa diferencia es la que explica la desigual recepción que han tenido ambos eventos. Porque mientras Archizines tiene interés para un nicho mas o menos específico de arquitectos jóvenes, Ochoalcubo logró reunir a los mas destacados arquitectos japoneses de los últimos años al lado de sus pares chilenos, y convocar a 8 Universidades en torno al evento.

Esta asimetría se explica por dos hechos. Primero, la sobrevaloración de la obra construida en el discurso de la arquitectura chilena de los últimos 20 años, que ha generado en muchos arquitectos jóvenes una sorprendente ansiedad por construir. Y segundo, que aun para el caso de aquellos arquitectos que apuestan por una agenda distinta —ya sea experimental, teórica o social— el exceso de competencia les impide rechazar ofertas como el desarrollo de una segunda vivienda para clientes acomodados. Por eso, a pesar de que muchos de ellos han criticado abiertamente este tipo de estrategias y encargos, Ochoalcubo terminó por reunir a casi toda la elite de arquitectos chilenos. Ante la incertidumbre por el exceso de competencia —y a pesar de que Chile prácticamente no se ha visto afectado por la recesión económica— la parte alta de la pirámide parece creer que es mejor agruparse en torno a lo ya probado en lugar de disgregarse explorando mecanismos alternativos. Así, la captura de encargos sigue la misma lógica de la explotación de recursos naturales: business-as-usual mientras sea rentable y, si el negocio se ve en riesgo, se establecen alianzas con la competencia para dosificar la entrada de nuevos actores.

Afortunadamente no todo está definido por este mercado. La complejidad está instalada, y con ella la aparición de narrativas paralelas es inevitable. Porque si una exposición como Archizines llegó a Santiago en paralelo a una iniciativa como Ochoalcubo, es precisamente porque el exceso de arquitectos permite que haya público para ambas. De hecho, pese a estar opacado por el monopolio del business-as-usual, en Chile si existe un nuevo ecosistema compuesto por "centros", "grupos", "colectivos" o "laboratorios" —que se asemeja al fenómeno que actualmente ocurre en países afectados por la crisis— y que tiene el potencial de transformar completamente la profesión, pues su timming generacional y su escala global le permiten plantearse como una real alternativa al modelo tradicional de hacer arquitectura, tal como los estudiantes chilenos lograron el 2011 plantear un modelo completamente distinto de hacer política.

Pero para que una revolución de ese tipo sea posible, es necesario operar en un terreno que sea relevante. Y es aquí cuando un tercer evento puede proveer el espacio para abrir ese debate. A fines de Noviembre se inaugura la Bienal de Arquitectura de Chile, que este año se titula Ciudades para Ciudadanos. Este título no solo hace referencia a "la ciudad" como la principal problemática de la arquitectura chilena contemporánea, sino que también incorpora el concepto de "ciudadanía", recuperado en las calles el 2011 tras haber sido vaciado de contenido en los discursos de la década previa.

La Bienal de Arquitectura aparece como la oportunidad perfecta para que el nuevo ecosistema pueda ampliar una agenda monopolizada por el business-as-usual. Pero para lograrlo debe ser capaz de levantar problemáticas de interés general, aun si eso le lleva a hipotecar su propio romanticismo. Porque en una profesión afectada por una crisis de exceso, es difícil explicar por qué los arquitectos no se ven: ocultos detrás de las nubes hablando sobre la potencia del territorio, o bien invisibilizados en proyectos de pequeña escala jugando a ser activistas, los arquitectos no hemos podido impactar ni influir en una mejora de la calidad de vida de las ciudades chilenas.

Es un hecho. La arquitectura chilena sufre de excesos y desigualdades, ambos ingredientes de una crisis económica apreciables esta vez en un ecosistema profesional. Sin embargo, la peligrosa mezcla de esos ingredientes se diluye si se cambia el punto de vista. Si abandonamos la seductora pero improductiva dialéctica entre el "arquitecto-como-artista" y el "arquitecto-como-activista", eludiremos la verticalidad jerárquica. Por el contrario, si logramos incrementar los nodos de trabajo en una red horizontal, seremos capaces de absorber la complejidad por medio de la diversidad de narrativas, cada una aportando en paralelo al pensamiento creativo sobre nuestras ciudades. Organizados en una red horizontal, cada punto pasa a ser un centro de pensamiento, producción, y difusión. Así superaremos tanto la dependencia de la parte alta de la pirámide, como la inercia del discurso hegemónico. No mas arriba o abajo pues lo que nos preocupa, la ciudad, está en el medio. En otras palabras, la red horizontal no debe operar ni desde el top-downni del bottom-up, sino que debe diseminar desde el middle-out. Francisco Díaz (@panchodiaz)