Este fotoensayo se publicó en la edición impresa de Domus México 04, diciembre 2012/enero 2013
Visité el Hotel Bamer por primera vez en 2005, y mi reacción inmediata fue querer fotografiarlo. Era como entrar en una máquina del tiempo, una ruina moderna con alfombras, muebles y papel tapiz de los años cincuenta y sesenta. Sin embargo, algunos cuartos ya estaban remodelados, y tenían una decoración sobria y gris que acentuaba más el contraste entre los tiempos.
En 2006 cerró el hotel y vendieron el edificio. Durante los próximos años, el espacio se quedó vacío, su historia suspendida en el tiempo, oscilando entre un pasado que ahora estaba en ruinas y un futuro incierto. Fue en este periodo de tiempo que pude fotografiarlo.
Al principio fue una sensación extraña pasar tantas horas sola en este espacio abandonado. Quedaban sólo rastros de los objetos y personas que alguna vez lo habitaron: marcas en la pared donde antes colgaba un cuadro, huellas en la pista de baile del Bamerette que parecían bailar al ritmo de la música, un espacio recortado en la alfombra donde antes estaba una cama.
Poco a poco fui familiarizándome con cada uno de los rincones, y viendo cómo lentamente se deterioraba su interior. El tiempo se convirtió en una presencia invisible dentro de este espacio, y conforme pasaban los meses comenzaba a volverse tangible su presencia. Una ventana abierta provocó erosiones en las alfombras; la humedad creó un cráter en el techo de uno de los cuartos; el polvo develó nuevas capas y dibujos encima de los anteriores.
Las fotografías hablan del paso del tiempo en este espacio, que ahora vive solo del recuerdo. El sentimiento de ausencia era casi palpable, un vacío que se vuelve visible a través de las imágenes. Alejandra Laviada, fotógrafa
Hotel Bamer
Un hotel abandonado se retrata como una ruina moderna, presentando marcas, rastros y cicatrices que evidencian lo que alguna vez fue este lugar en el centro de la ciudad.
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- Alejandra Laviada
- 16 enero 2013
- Ciudad de México